lunes, 28 de mayo de 2012

Pequeño manual de un boceto de cineasta. Capítulo 2: "La pesadilla"

Hace poco estaba pensando en si es correcto pensar que mis ganas de estudiar cine, y específicamente las de ser director, tienen su origen en una clase de teatro de la secundaria, allá por el año 2002, para la cual tuve que preparar una pequeñísima obra de 3 escenas con los excesivamente rudimentarios conocimientos que tenía. Era muy sencilla: un actor que buscaba trabajo recibía un llamado para hacer un casting para un papel insignificante en una película. En la sala de espera conocía a otro joven que también había sido llamado para el papel. Se tiraban bronca, uno intentaba arruinar la audición del otro. Recuerdo frases como "trabajé en Titanic...soy el que se choca contra la turbina", pero no mucho más. El guión, por suerte, se perdió; pero dentro de todo siempre me quedó en la cabeza el recuerdo de que aquel ejercicio tuvo bastante que ver con la idea de dirigir.
Podría terminar todo acá; pero no. El sueño de mi vida no puede ser producto de un hecho aislado que pasó hace 10 años. Debe haber algo más, algo que le de contenido a la cuestión.
Un año antes yo iba a la escuela en otro horario, por lo cual mi profesor de teatro no era el mismo. Éste plateó la última mitad del año del siguiente modo: clase a clase había que realizar improvisaciones. ¿Y quién era el que semana a semana pensaba las ideas para su grupo? Exacto; yo. No era el director de mi grupo (porque se suponía que no lo había), pero por ahí andaba.
Ahora, lo correcto sería recordar que antes de eso escribía mucho. Pero mucho. Tengo cuadernos llenos de cuentos. En su mayoría, de Ciencia Ficción y Terror. En su mayoría, películas deformadas. Es decir, películas que había visto y que yo pensaba que tenían que ser de otro modo. Entonces escribía sobre personajes con otros nombres que eran sometidos a una situación similar a la del film en cuestión, pero con otros matices. Esos cuentos solo tenían un lector posible: Yo. Y no pretendía más. 
Cuándo la escuela primaria me pedía un cuento era todo distinto, pensaba una historia. Lo cargaba de elementos para hacerlo llamativo. Ansiaba generar en mis compañeros ganas de escucharlos. Algunas veces salía bien, a la maestra le gustaba, me ponía nota alta, pedía que lo leyera en voz alta y me aplaudían; otras no pasaba nada, y debo admitirlo: eso no me gustaba nada.
Hoy en día si hay una fiesta, una reunión o una cena, y siento que no dije nada y veo la oportunidad de hablar, me surge la necesidad de contar una anécdota, muchas de ellas, historias en las que no quedo muy bien parado, pero que, como si me encantara enterrarme vivo, disfruto mucho. No lo puedo evitar. Siempre tengo alguna, de lo que sea. Y siempre tienen como una suerte de estructura que las hace llevaderas. Sin olvidar, que hasta me permito dejar puntas para contar alguna en el futuro. 
Esa pavada, puede que sirva para llegar a la cuestión de que siempre me gusto contar historias. Siempre. Sean mías o de otros, siento un enorme placer en contar a mi manera un hecho chico o grande; real o ficticio. Y gracias a eso casi puedo precisar donde se vio por primera vez esto en mi. A los 4 o 5 años solía ver la publicidad de las películas de Freddy Krueger en la tele. Las pasaba Canal 13, siempre en un horario en el que yo dormía. Por ende, no las veía. Pero como me causaba mucha curiosidad una vez le pregunté a mi mamá "¿qué es eso?". Su respuesta fue: "Es un hombre que hace que la gente tenga pesadillas". Viendo con ese dato nuevamente las publicidades, no tardé en notar que mataba a la gente en las pesadillas. Claramente lo siguiente tiene una mezcla de todo lo que escribí en este post, es decir, reunía a la gente a mi alrededor y les hablaba sobre una película que nunca había visto pero que la contaba como si me la supiera de memoria. Y es que si, me la sabía de memoria, porque no era "A nightmare on Elm Street" de Wes Craven; era "La pesadilla" de Maxi Torres y estaba mucho mejor que la otra, porque esta no la pasaban a la hora en que estaba durmiendo, esta la veía en mi cabeza cada vez que encontraba un público al que contársela.